viernes, 10 de noviembre de 2023

Dame una galleta

 -Y entonces, fui el resultado total de procesos inesperadamente necesarios, aunque debo admitir que todavía, en mí, hace falta pulir ciertas asperezas que me impiden ser una pieza perfecta; más allá de eso, me considero ya -orgullosamente-, una convergencia valiosa de agentes únicos. Algo así como haber encontrado la receta ideal para hornear galletas, no solo obteniendo un delicioso sabor sino logrando una textura tostada por dentro y suave en el interior, aromática y sin un gusto tan empalagoso. La  ideal para comer acompañada de un vaso de leche fría.

-Pero ¿Qué tal si esa persona odia la leche? ¿Acaso eso no dañará el resultado final de la fórmula hipotéticamente perfecta? Si extraes o alteras unos de los agentes de la ecuación el resultado podría ser fácilmente diferente, en mayor o menor medida, dependiendo de la variable modificada. Imagina que  esa persona no soporte la harina de trigo, sin la harina, un ingrediente esencial en la receta, el sabor resultante sería completamente distinto, incluso, me atrevo a decir, que simplemente ya no sería la misma galleta.

Ambos se quedaron pensando, razonando aquello que acababan de decir. La tarde era bastante agradable y un vientecillo acariciaba las hojas de las árboles haciéndolas bailar un vals melancólico, clásico de los tiempos de octubre. Algunas de ellas restregaban sus cuerpos contra la ventana que permanecía entre abierta y que, justamente, dejaba entrar el viento de la tarde. Las cortinas de encaje también se mecieron. Sus entramados delicados dejaban ver a un par de avecillas que descansaban en el almendro. Se miraban mutuamente con un ladeo de cabeza cuestionable, como deseando encontrar una respuesta silente en la cara insipiente de la otra. Es decir ¿Ya notaron que las aves no tienen gestos? ¿Cómo sabrías si un colibrí está enojado? Entonces, no entiendo qué intentaban descifrar con esos movimientos propios de la duda y la razón. Personalmente, siempre he creído que las aves son tontas, al menos la mayoría. Lo mismo pasa con la gente, pero ellos sí tiene gestos. Irónico ¿no? En realidad no pasaron más de treinta segundos, pero aquello se sintió como una pausa larga apenas rota por el aletear sorpresivo de las aves, partieron una detrás de la otra bajo la mirada perdida de los presentes. Finalmente, alguien habló.

-El nivel de modificación en el sabor y textura de la galleta dependerá de la importancia intrínseca en la variable de cambio. Es decir, si en lugar agregar dos huevos solo pones uno, seguiría siendo la misma gallera pero no igual de sabrosa. Ahora, que si cambias la harina o agregas ralladura de naranja, el resultado sería... simplemente otra galleta.

-¿Y que tan importante crees que sea la originalidad de la galleta? Si comienzas a modificar la receta acorde a tus gustos, terminarás con una galleta de avena y no de vainilla. Entonces ¿Para qué comenzaste con la receta de vainilla si deseabas la de avena? Lo ideal sería buscar inicialmente el procedimiento correcto para la avena y se termina el problema. Ninguna receta se corrompe ni se degrada. Todos felices.

-¿Y si simplemente odia la leche? La galleta le seguiría pareciendo deliciosa, solo ya no perfecta a falta de combinación complementaria. Supongo que podemos comer galletas de forma no perfecta y conformarnos con una merienda promedio. 

Aquel comentario le hizo acreedor de una mirada prejuiciosa. Clara señal de desacuerdo y sin embargo no dijo nada con la boca, solo se limitó a alargar las manos a la delicada mesita de centro, en cuya plataforma se encontraba un plato de porcelana fina. Contenía al menos unas diez galletas recién horneadas, aún despedían un delicioso aroma, tibias y tostadas al tacto. A un costado, su complemento perfecto: una sudada jarra de leche fría, entera y espesa. De esa que te deja un bigote residual luego del trago. Tomó una tacita y vertió la bebida casi a borde, después alcanzó una galleta y la llevó a su boca. Al contacto con sus labios húmedos percibió la textura rugosa y resistente, al morder el interior liberó su calor y el centro suavizado. Ante la urgencia de la liberación de su alma vaporosa, empinó el trago de leche, apagando así el fuego naciente en su boca. El dulzor natural de la leche se deshizo al contrastarse con el azúcar de la galleta, convirtiéndose en un agente disolvente que producía, en conjunto, un bocadillo fácil de comer, equilibrado y adictivo por la compleja interacción de sus componentes. A veces había que medir el trago de leche o no morder demasiada galleta, pero una vez que encontrabas una buena equivalencia aquello se volvía la merienda favorita.

-De ser así, ¿Entonces para qué merendar galletas a secas? Mejor unas obleas con té. Supongo que entiendes mi punto.

-¿No conformarme con una merienda promedio?

Ese comentario provocó una risa burlona en su acompañante, tanto, que casi se ahoga con una galleta.

-Es más que eso. Jamás estés con alguien que no sabe lo que quiere. Un consumidor conocedor jamás cambiaría una buena receta. Más allá de eso, un pastelero jamás la tocaría por un pelmazo, si ha alcanzado el éxito gracias a ella.

-Y mucho menos la arruinaría -completó con aire reflexivo, como recién llegando al centro de la apoteosis tras la vorágine de ideas.

-Querida, ahora entiendo tus pésimos gustos.

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